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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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PROSELITISMO FEROZ

Por Blanca Ortiz de las Heras

Del libro titulado Escrivá de Balaguer - ¿Mito o Santo?

Yo he pertenecido al Opus 20 años. Fundamentalmente siempre en obras corporativas, y me dediqué a las llamadas Escuelas Hogar. Mi trabajo consistía en tratar a las chicas de la más alta sociedad. En estas Escuelas Hogar se impartían clases de cocina, plancha, economía doméstica, etc., temas muy familiares. Posteriormente se dieron clases de Literatura, Historia, pero fundamentalmente se trataba de hacer proselitismo con las chicas de las familias más importantes de la ciudad donde se establecían. Recuerdo que una vez me dijo un sacerdote de la Obra: "A ver, saca esas fichas de esas 500 familias importantes que tenemos".

Yo conocí al Opus a través de una compañera de la Facultad que me llevó a unos Ejercicios Espirituales. La numeraria que dirigía los Ejercicios habló largo tiempo conmigo y me preguntó sobre el enfoque que quería dar a mi vida; y a raíz de esto me llamaban con mucha frecuencia por teléfono y me dijeron que asistiera a unos círculos semanales en una casa de la Obra. Yo conocí la Obra en invierno y pedí la admisión en Mayo. No me sentí especialmente presionada, sí seguida muy de cerca. Yo tenía unos ideales religiosos y aquello me pareció una espiritualidad nueva y me admiró la aparente naturalidad, en no vestir hábito, etc. Me atrajeron una serie de cosas que luego, posteriormente, no fueron lo que yo creí en principio, porque en realidad ni éramos "cristianos corrientes" ni existía la llamada "secularidad". El ambiente era opresivo y las normas y costumbres había que cumplirlas a rajatabla.

Mi carta de dimisión fue brevísima porque yo sólo quería manifestar que en estos 20 años mi espíritu había evolucionado completamente, que al principio me pareció que la Obra me iba a llevar a Dios y me estaba dando cuenta de que no era así. Y por eso me fui.

Una cosa que me escandalizaba mucho era el proselitismo feroz que se hace con la gente joven, donde se destrozan muchas vidas, forzándoles a optar por un camino que como seres adultos nunca hubieran elegido.

Se buscaban las personas más influyentes. Me contaron una vez que el P. Escrivá se enteró de que iba por una de las casas de la Obra una sobrina de la Reina Fabiola y dijo: "Usad todos los medios para que esa chica pida la admisión". O sea, que el que una persona tuviera vocación dependía de su posición social. Una vez más se carecía de espíritu evangélico. Los medios que se utilizaba para captar a la gente eran: cursos de retiro, círculos semanales, convivencias internas, la novena de la Inmaculada y, sobre todo, la relación personal. Curiosamente a mí me hicieron una corrección diciéndome: "tú haces apostolado pero no llegas al proselitismo". Cada una de las numerarias teníamos asignado un grupo de chicas que teníamos que tratar; teníamos que rendir cuenta después en unas reuniones con un sacerdote que dirigía este trabajo. Cada una íbamos con nuestra lista de personas diciendo; "yo a esta la he llamado y he salido tres veces con ella". A veces nos regañaban porque no había sido suficiente. Hubo un sacerdote que intentó lo de chicas de primera y segunda división. Las de primera eran las que estaban más cercanas y ya se les había hablado de la Obra y tenían vocación. La vocación, decíamos, no es sentir ningún síntoma, basta sólo servir para desempeñar esta misión, después es producto de la Gracia de Dios y de tu generosidad. Entonces les mostrábamos lo felices que éramos y la capacidad que tenía la Obra de transformar el mundo.

El ser cristianos corrientes con un trabajo profesional que les gustara hacer, que luego, normalmente, se convertía en sacar bolsas de ropa sucia y trabajos del hogar en Residencias masculinas, vamos, vulgares criadas de adictos a la Obra.

La que se decidía, escribía una carta al P. Escrivá pidiendo la admisión, y una vez escrita la carta, se incorporaba a la vida de la Obra en un curso de formación. La formación que se recibía era raquítica y pobre. Un sacerdote daba clases con un Catecismo extractado de las Constituciones de la Obra, sin ninguna entidad. Siempre lo estaban corrigiendo porque cambiaban las Constituciones al no tener una idea clara de la Entidad Jurídica del Opus Dei, que cambió muchas veces en cosas fundamentales, por ejemplo, una vez interesaban los votos y otras veces no. Estos ejemplares con los que estudiábamos eran misteriosos, los guardaba la Directora todas las noches después de verificar que se guardaba el mismo número de ellos que había dado por la mañana. Siempre observé que había un gran miedo a que cualquier documento de la Obra cayera en manos de personas ajenas.

A instancias del P. Escrivá nos obligaban a ser muy minuciosas en este trabajo fundamentalmente doméstico. Me acuerdo que una vez avisaron que el Padre venía de Roma para algo muy importante, ¡qué nervios! Nos reunieron a todas las directoras de España en La Pililla y entró el P. Escrivá y cual no sería mi asombro cuando lo que venía a decirnos era que en las casas de la sección masculina no se comía bien, que había que poner más riqueza en las comidas, que había gente mayor en la Obra que no podían comer como muchachos; por tanto, la carne había que servirla con guarniciones diferentes. Ahí acabó todo lo que nos tenía que decir, ni siquiera una oración en común. Salió por la puerta y cada directora en avión a su casa a cumplir órdenes.

Todos los pertenecientes a la Obra sabíamos que ésta era una finalidad en sí misma. Nunca oí hablar en términos universales de la Iglesia ni de servicio a los pobres ni de los problemas de la humanidad. La Obra al ser perfecta no tenía necesidad de mejorar en nada ni se tenía que reformar jamás. Aquí estaba todo atado y bien atado.

El trabajo en las residencias de estudiantes o en las de la sección masculina era agotador. Había que hacer un homenaje a las numerarias y sirvientas de la Obra que se han dedicado a esos menesteres, porque eso es una pura aniquilación con un desprecio total por parte de los numerarios que nunca valoraron ese trabajo. Nos comunicábamos por un telefonillo con los directores de las casas a los cuales no se podía contradecir. A mí me solían decir: "la comida mal, el aperitivo mal, la ropa mal, en fin, todo mal". Supongo que los tiempos habrán cambiado algo y no tratarán así a las numerarias, aunque yo pienso que siguen viviendo como duques.

Por parte de las superioras había un fanatismo hacia la figura del fundador que rayaba en la idolatría y el ridículo. Estando yo una vez en Roma comentaron delante de mí en el planchero que se guardaban los algodones que se usaban para ponerle las inyecciones por si algún día podían ser reliquia. Ya se estaba viviendo su beatificación.

El periodista Emilio Romero comentó un día que el P. Escrivá le parecía un cura de pueblo. Pues bien, presenciando un programa de TV en que salió Romero y a mi me gustó y así lo comenté, la directora se puso a llorar diciéndome cómo era posible que me gustara un señor que había hablado mal del Padre.

Yo creo que la pobreza que se vivía en la Obra era mentirosa y engañosa. Un aristócrata español me decía con mucha gracia: "Me gusta mucho el Opus Dei, porque se bebe el whisky con espíritu de agua". Y creo que estaba muy bien explicado porque esa pobreza de espíritu adaptado a la categoría humana de la Obra ni era pobreza ni era nada. No dudo de que habría personas que querrán vivir la virtud de la pobreza pero hay otras, que visten de modisto, llevan unos trajes carísimos porque así representan mejor al Opus, que no han dado golpe en su vida, que abusan del trabajo de demás, y desde luego no han sentido nunca la carencia de muchas cosas que tienen los verdaderos pobres.

Cuando el Padre Escrivá venía a España el derroche era increíble porque cuando se trataba de él no se miraba el dinero para nada "porque Padre sólo hay uno" se decía. Conozco a una personas que estuvo a punto de marcharse de la Obra, porque en uno de esos viajes la habían tenido durante tres días buscando una merluza de pincho para su comida. Una vez el P. Escrivá dijo "si fuerais listas y pillas me darías vino de marca en una jarra de agua, para que yo no lo note". Para mandarle a Roma he comprado las cosas más caras de Madrid, frutas fuera de época, almendras dulces que sólo había en un sitio determinado (por cierto, un día fui a comprar unos caramelos y me dijo "yo a Vd. le conozco, me compraba grandes cantidades de aquello tan carísimo"). Todo esto se enviaba a Roma para que el P. Escrivá lo diera en las tertulias.

Otra vez hicieron su primera comunión los sobrinos del P. Escrivá en Molino Viejo. Aquello se convirtió en una floristería, tales eran los centros de flores que allí había, y que además no se traían de Segovia que estaba al lado, sino de Burguiñon que era la tienda más cara de Madrid. Y en la despensa se hicieron toda clase de pequeños dulces para que los sobrinos pudieran tomar todo aquello que les apeteciera.

A mi me salvó el poder hablar con otras personas (lo que estaba terminantemente prohibido) y el contrastar pareceres. Yo veía que esa pobreza no era cristiana y me angustiaba mucho, yo soy de clase media y desde luego yo nunca había vivido a ese nivel.

Yo no he convivido con el P. Escrivá, le vi bastantes veces y he oído las cosas que decía, pero he visto el reflejo de su forma de ser en la Obra. Me llamó siempre la atención su falta de humildad, me parecía una persona dura, fría, distante y con una exigencia dictatorial. Un cristiano muy jansenista, como antes de Trento, sin ninguna ternura. Y como mujer me repelía.

Tengo la certeza de que no era un santo, si por santidad se entiende con una identificación con el Evangelio de Jesús. No lo es, no lo es, aunque se le beatifique. Ni lo que ha dicho, ni lo que ha hecho, ni lo que ha hecho vivir son motivos de ejemplo a otros cristianos y siento muchísimo que la Iglesia lo beatifique porque está perdiendo mucha credibilidad. Siempre pensé que si a este hombre lo beatificaban yo me iría de la Iglesia, pero no me voy a ir por nada porque creo que la Iglesia es de los pobres y de los que sufren y de los que conservan la fe en Cristo. Pero la Iglesia va a perder mucha credibilidad y puede ser un escándalo -ya lo es- y esto recordando las palabras del Evangelio que dicen "si escandalizáis a uno de estos pequeños..."

Las personas que se van del Opus normalmente no hablan porque se les tiene mucho miedo. Porque aparte de que te dejan en la calle te pueden calumniar y quitar la honra y la fama. Porque así lo han hecho varias veces.

Blanca Ortiz de las Heras

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